No. 37 La máscara y el espejo: una danza con las sombras
Es una batalla constante, una lucha por mantenernos firmes en la tempestad del mundo. Escapar a la influencia del entorno es una quimera, un espejismo que se desvanece ante la luz cruda de la realidad. Los comentarios, las miradas, las expectativas, todo ello teje una red invisible que nos atrapa y nos moldea.
Intentamos fingir indiferencia, erguirnos con una armadura de seguridad, repitiéndonos como un mantra que las opiniones ajenas no importan. Y es un buen comienzo, una primera línea de defensa contra la avalancha de juicios y valoraciones.
Pero la verdad es más compleja. No conozco a nadie que no haya experimentado en algún momento el aguijón del desprecio, la sensación de ser excluido, desplazado, infravalorado o simplemente no querido.
Y lo más doloroso es cuando esto sucede con las personas que amamos. Son ellas, paradójicamente, quienes tienen el poder de infligir las heridas más profundas. Cuanto más cariño depositamos en alguien, mayor poder le concedemos para destruirnos.
Por eso la elección es crucial. Debemos ser selectivos con las personas a las que permitimos ver nuestro interior, especialmente en los momentos de fragilidad, cuando nos encontramos en el barro de la vida, lejos del brillo del cielo.
Un amigo verdadero, en cambio, es un oasis en el desierto de la vida. Es alguien que conoce nuestras sombras más oscuras y, sin embargo, elige quedarse por nuestra luz. Es un faro que nos guía en la tormenta, un terremoto que nos sacude cuando nos hemos refugiado en la cueva de la autocompasión.
Aquellos que nos sacan de nuestra zona de confort, incluso a costa de someternos a rasguños y magulladuras, son los que realmente nos quieren. Porque saben que el crecimiento solo es posible cuando salimos de la zona de confort, cuando nos enfrentamos a nuestros miedos y desafiamos nuestras limitaciones.
En la danza con las sombras, la máscara y el espejo son dos caras de la misma moneda. La máscara nos protege del mundo, pero también nos oculta de nosotros mismos. El espejo, por su parte, nos refleja con brutal honestidad, mostrándonos nuestras fortalezas y nuestras debilidades.
Solo al aceptar ambas realidades, al integrar la máscara y el espejo, podemos convertirnos en seres completos, auténticos y libres. Solo entonces podremos bailar con las sombras sin temor a ser devorados por ellas.
En la fragilidad reside la fuerza, en la vulnerabilidad reside el poder. Aceptar nuestras sombras no significa rendirse, sino abrazarse a la complejidad de la vida. Y en ese abrazo, en esa danza con la oscuridad, encontraremos la luz que nos guía hacia nuestro verdadero ser.
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