No. 36 "La Medida del Corazón”
El amor, escurridizo y precioso, es como un cofre que cada uno abre con una llave forjada a lo largo de su vida. Esta llave, moldeada por nuestras experiencias, sueños y anhelos profundos, revela que en el corazón habitan deseos y búsquedas espirituales insondables, un anhelo por encontrar en otro la resonancia de nuestra propia alma.
Sin embargo, el camino hacia esta conexión profunda es más retorcido para algunos, como si fueran navegantes en busca de un faro cuya luz se esfuma al acercarse. Aunque en esencia nadie es inferior ni superior, las percepciones ajenas a menudo nos reviste con máscaras que distorsionan nuestra verdadera esencia.
En este juego de espejos, algunos son magnificados más allá de su realidad, mientras que otros son minimizados, vistos como lunas menguantes que no logran reflejar la plenitud de su ser. La verdadera medida de una persona, entonces, no reside en las miradas que recibe, sino en el corazón que la comprende y acepta plenamente.
Amar genuinamente es reconocer en el otro una singularidad tan vasta como la nuestra, es converger en una galaxia de almas enlazadas, orbitando en armonía. Y, a veces, amar implica renunciar a nuestros deseos para permitir que el otro brille en su trayectoria, incluso si su luz ya no ilumina nuestro camino.
En esos momentos de soledad, nuestro corazón aprende a medirse a sí mismo, a encontrar su reflejo hasta que surge un nuevo horizonte. El amor propio es la llave definitiva para abrirnos a nuevos encuentros, a descubrir que siempre fuimos la medida justa para aquellos que logran leer en nuestras almas el eterno mensaje de las estrellas.
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