No. 35 En el abrazo eterno del amor y la muerte
La muerte, esa dama pálida y fría, acecha en las sombras, lista para poner fin a la angustia de la vida. Un final inevitable, un destino que todos compartimos. Sin embargo, la vida, en su eterna contradicción, tiembla ante la muerte, como un ciervo acorralado ante el cazador.
Es la misma incertidumbre que se repite en el amor. Un corazón que se abre, que se entrega, que se expone a la vulnerabilidad. Un acto de valentía que, al mismo tiempo, implica una muerte: la muerte del ego, del yo individual, que se diluye en el otro.
Porque allí donde despierta el amor, en ese abrazo apasionado, muere el Yo, el oscuro déspota. Ya no somos uno, sino dos almas que se funden en una, que comparten sus alegrías y sus penas, sus sueños y sus miedos.
El dolor que abrazamos se convierte en alegría. La herida que inflige el amor, al ser aceptada y comprendida, se transforma en una fuente de crecimiento y de sabiduría. Es el dolor que nos libera del egoísmo, que nos abre a la compasión y a la empatía.
Llévalo a tus brazos donde puede cambiar. No tengas miedo del dolor, del amor, de la muerte. Acéptalos como parte de la vida, como dos caras de la misma moneda. Abrázalos con los brazos abiertos, con la confianza de que te transformarán en un ser más completo, más humano, más libre.
En el eterno abrazo del amor y la muerte, no hay vencedores ni vencidos. Son dos fuerzas que se complementan, que se necesitan mutuamente para existir. Una danza ancestral, un ritmo que palpita en el corazón del universo, un misterio que se renueva con cada ciclo de la vida.
Reflexión: La vida y la muerte no son conceptos opuestos, sino dos caras de la misma realidad. Aceptar esta verdad nos permite vivir con mayor plenitud, sin miedo a la muerte, sin aferrarnos a la vida. Vivir cada momento con intensidad, sabiendo que somos parte de un ciclo infinito, de una danza eterna que nos conecta con la totalidad del universo.
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