No 107 La Danza Eterna de la Existencia Dual
¿Por qué debemos sufrir en esta existencia dual, esta vida tanto celestial como terrenal, que en el firmamento es pura y vigorosa, pero aquí en el suelo, vez tras vez, es desgarrada, inundada y traicionada? Cada vida humana es un milagro sagrado, y al mismo tiempo, terriblemente frágil por su propia vulnerabilidad, predestinada a enfrentar tanto el dolor como la dicha. En este vasto escenario de la vida, nos encontramos atrapados en una danza eterna de opuestos que se entrelazan en un equilibrio delicado.
Nuestra existencia es divina y sublime en su esencia, pero en nuestro plano terrenal es constantemente maltratada, ahogada e incapaz de encontrar la protección y el cuidado que tanto necesita y merece. Somos criaturas de la dualidad, navegando entre lo finito y lo infinito, entre lo tangible y lo etéreo, en busca de sentido y propósito. La luz y la oscuridad, la alegría y la tristeza, la esperanza y la desesperación, todos juegan su papel en este ballet cósmico.
Sin embargo, si aspiramos a vivir plenamente, debemos abrazar tanto el sufrimiento como la gloria, el dolor y la dicha, como facetas inseparables de nuestra realidad. No podemos entender uno sin el otro, pues es en la contraposición donde hallamos el sentido y la profundidad de nuestra experiencia. La dualidad nos enseña que la vida es tanto un regalo como un desafío.
En los momentos de sufrimiento, encontramos la chispa que enciende la llama de la resiliencia, y en la plenitud de la dicha, hallamos la sombra que nos recuerda la fragilidad de nuestra existencia. Es un ciclo interminable de creación y destrucción, de encuentros y despedidas, que nos impulsa a crecer y a buscar un equilibrio interno.
Este equilibrio no es la ausencia de conflictos, sino la aceptación de que ambos aspectos son necesarios y valiosos. Al abrazar tanto la luz como la oscuridad, nos permitimos experimentar la vida en su totalidad. La dualidad nos invita a reconocer nuestras propias contradicciones y a encontrar la armonía en medio del caos.
En la quietud del amanecer, cuando la noche cede ante la llegada del día, podemos sentir la presencia de esta dualidad. Es en ese momento de transición, donde los límites se difuminan y los colores se mezclan, que encontramos la esencia de nuestro ser. Así, en lugar de lamentarnos por esta existencia dual, debemos aprender a bailar con ella, aceptando cada giro y cada caída como parte integral de nuestra jornada humana.
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