No 102 "El Rostro Oculto del Amor: El Refugio en el Caos"

 No digas que amas a alguien hasta haber explorado los rincones oscuros de su alma, esos que apenas se muestran bajo la luz del día. El amor verdadero no se encuentra en los momentos de júbilo ni en las risas compartidas bajo la cálida brisa de una tarde serena. Amar, realmente amar, implica contemplar el fuego de la ira en sus ojos, sin apartar la mirada, reconociendo que el volcán que se desata en su interior también es parte de su ser. Significa observar sus gestos mecánicos en la rutina, los malos hábitos que repite sin pensar, esos pequeños rituales que podrían parecer insignificantes o irritantes para cualquier otra persona, pero que, ante ti, se convierten en una parte inseparable de su esencia.

El verdadero amor exige entender las creencias que otros tildarían de absurdas, las ideas que podrían parecer contrarias a toda lógica, y, aun así, sentir la necesidad de escucharlas con paciencia, porque son esas mismas creencias las que construyen los cimientos de su ser, lo que le da forma, aunque a veces sea una figura extraña y contradictoria.

Cualquiera puede amar cuando el cielo se tiñe de dorado y el horizonte se convierte en una obra maestra de luz y sombras. Todos saben apreciar la belleza de una sonrisa, la calidez de una caricia suave o el eco de una risa sincera. Sin embargo, pocos pueden adentrarse en los abismos de la contradicción, en el caos que se esconde en los pliegues de la mente humana. Porque en el caos reside una verdad profunda, una verdad que no todos están dispuestos a abrazar: que somos una amalgama de sombras y luces, de aciertos y errores, de orden y decadencia.

Amar a alguien en su totalidad implica aceptar las grietas en su alma, las ruinas de sus antiguos sueños, las batallas internas que nunca comprenderás del todo. Amar es, en última instancia, sentarse en medio de ese caos y descubrir que, a pesar de todo, sigue siendo un refugio. Porque sólo en la decadencia, en ese espacio donde las máscaras caen y las ilusiones se rompen, es donde encontramos a la persona desnuda, vulnerable y auténtica.

Y es allí, en esa vulnerabilidad, donde el verdadero amor florece, no como un jardín perfectamente cuidado, sino como una flor solitaria que ha aprendido a sobrevivir entre las piedras, fuerte e imperfecta.


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