No 46 “La fe del optimista: vislumbrando oportunidades en la bruma”

 

Cuando la bruma de la duda empañe tu mirada, no pienses que nada crece tras ese velo gris. Algunas de las cosas más grandiosas germinan en el silencio, ajenas al ojo impaciente que solo ve la quietud exterior. Debes confiar, aunque no lo comprendas todo con tu mente finita. Confía en tu corazón, en los designios del universo, en esa fe superior que guía nuestros pasos sin revelar su cartografía.


Si alientas la semilla de la esperanza, verás brotar oportunidades por doquier, árboles de sueños florecerán entre las rendijas de lo aparentemente imposible. Mas si dejas que la desconfianza mengue tus creencias, sólo atisbarás obstáculos afilados cercenando tus anhelos uno a uno. El optimismo es el abrigo que más calidez otorgará a tu alma en los gélidos inviernos de la adversidad.


Porque anhelamos un futuro donde las cosas vayan mejor y no una perpetua y lúgubre desolación. Un mañana para contemplar con los ojos del niño que fuiste, no los del anciano prematuro al que jamás quisiste semejarte.


Así que cuando las nubes de tormenta opaquen los cielos de tu fe, acuérdate de aquellos días diáfanos, eternos como la sonrisa que jamás debió abandonar tu faz. Días de un azul tan profundo que se fundía con la inmensidad abrazo con la vida misma. Recuérdalo y revive en tu pecho la invencible confianza imperecedera. Pues la esperanza, igual que las grandes cosas, solo crece en silencio.


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