No 106 "Deudas conmigo mismo"

 "Deudas conmigo mismo"

Me debo un viaje al interior, una travesía por los laberintos de mi alma. Un peregrinaje para rescatar los sueños que he dejado a la deriva, aquellos que, como barcos sin rumbo, se perdieron en la bruma de la vida cotidiana. Me debo las noches en vela, no para resolver enigmas del mundo, sino para dialogar con las estrellas y encontrar en su inmensidad un reflejo de mi propia alma.

En el silencio de la noche, cuando las estrellas parecen susurrar secretos cósmicos, me encuentro frente al espejo del alma, contemplando los fragmentos dispersos de mi ser. La soledad, esa compañera fiel e implacable, me envuelve como un manto de posibilidades infinitas.

Me debo a mí mismo, pienso, mientras el universo gira indiferente a mis cavilaciones. Me debo ese viaje introspectivo, esa odisea por los rincones inexplorados de mi conciencia. ¿Acaso no somos todos viajeros en busca de nuestro verdadero yo, perdido en el laberinto de expectativas ajenas y miedos heredados?

El silencio, ese lienzo en blanco que tanto temen los espíritus inquietos, se convierte en mi aliado. En él, los pensamientos florecen como nebulosas en expansión, revelando verdades ocultas bajo capas de autoengaño. Me pregunto, ¿cuántos de nosotros nos atrevemos a escuchar el latido primordial de nuestro ser, esa pulsación que conecta con el ritmo del cosmos?

La vulnerabilidad, esa cualidad tan temida y tan necesaria, se presenta ante mí como un desafío. Mostrar las cicatrices, esas marcas que narran la historia de nuestras batallas internas, requiere un coraje que pocos poseen. ¿No es acaso en nuestras imperfecciones donde reside nuestra verdadera belleza?

El amor propio, ese concepto tan manoseado y tan incomprendido, se revela como la piedra angular de toda existencia plena. ¿Cómo podemos tender puentes hacia los demás si primero no construimos uno hacia nosotros mismos? La autenticidad, esa joya rara en un mundo de máscaras, se convierte en mi estandarte.

Y mientras contemplo el vasto universo interior que se despliega ante mí, comprendo que este viaje al centro de mi ser es, en realidad, un viaje hacia las estrellas. Porque en cada uno de nosotros habita el polvo de galaxias lejanas, la esencia misma de la creación.

Me debo este peregrinaje cósmico, esta exploración de los confines de mi alma. Y aunque el temor a lo desconocido acecha en cada recodo del camino, sé que al final del viaje me espera la versión más auténtica de mí mismo. Porque, ¿no es acaso en el abismo de nuestros miedos donde encontramos la luz más brillante?

Así, con el corazón palpitante y el espíritu inquieto, me dispongo a zarpar en esta nave de introspección. El destino es incierto, pero la travesía promete ser transformadora. Y quizás, solo quizás, al final del viaje, descubra que siempre he sido quien estaba destinado a ser.



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