No 95 ** "La Libreta del Alma: Trazos de Resiliencia"**

 En algún rincón del universo, la vida se despliega como una vasta libreta de páginas interminables, donde cada ser humano plasma sus vivencias con una tinta que oscila entre el dolor y la esperanza. Es una libreta mágica, cargada de presagios y secretos, donde los dictados del destino se entrelazan con los deseos más profundos de nuestros corazones. A veces, sin darnos cuenta, nos convertimos en simples copistas de existencias ajenas, replicando patrones con la tinta azul de la conformidad, mojando el papel con lágrimas ajenas, ampliando la trama con nuestros propios borrones y tachando los errores con los perdones que solo el tiempo puede otorgar.

En esa libreta, hay quienes se aferran al bolígrafo rojo, ese juez severo que llevamos dentro y que tiene el poder de rodear con círculos furiosos cada una de nuestras faltas: la falta de amor, la falta de valor, la falta de confianza. Saturan las páginas con líneas que parecen surcos en la piel, intentando retener cada lección aprendida, cada error cometido, como si pudieran evitar que la historia se repita. Pero la vida, caprichosa y sabia, no se rige por las reglas de la lógica, sino por los impulsos del corazón.

El mundo, en su infinita generosidad, nos ofrece la tinta verde, esa que resalta con delicadeza las personas que, a pesar de todo, supieron aprender de sus errores. Aquellos que, como héroes de antiguas leyendas, decidieron tomar las riendas de su destino y cambiar el final de su historia. Esos son los que reescriben su vida con valentía, cansados de corregir en rojo, ansiosos por darle a su relato un giro inesperado, un nuevo capítulo lleno de luz y esperanza.

Necesitamos más de esos relatos, testimonios que brillen como estrellas en la noche oscura, que nos impulsen a levantar la vista del suelo y mirar hacia adelante. Voces que hablen desde el lado luminoso de la vida, donde el sol, después de muchas tormentas, vuelve a brillar con fuerza renovada. Necesitamos ejemplos que nos enseñen a brillar, que nos muestren cómo sacudirnos las piedras del camino, cómo izar las velas y adentrarnos en el vasto mar de la existencia, sin miedo al naufragio. Porque en cada puerto hay nuevos comienzos, y en cada faro, una luz que guía a los perdidos.

El pesimista, siempre atrapado en sus pensamientos sombríos, se queja del viento que lo arrastra; el optimista, con una sonrisa en los labios, espera pacientemente a que cambie la dirección; pero el sabio, aquel que ha aprendido las lecciones de la vida, simplemente ajusta las velas y sigue adelante, con la certeza de que ningún mar en calma hizo experto a un marinero.

Es hora de darle volumen a las voces que susurran bondad, a esos seres que, a pesar de las cicatrices, levantan la mano y se atreven a gritar su verdad. Que no se escondan, que no se acallen, porque cada uno de nosotros lleva en el alma la capacidad de transformar sus heridas en enseñanzas, sus caídas en victorias.

Porque, al final, no somos lo que nos sucede, sino lo que hacemos con lo que nos sucede. Somos los autores de nuestra propia libreta, y cada página, cada línea, es una oportunidad para reescribirnos, para tachar en rojo lo que ya no nos sirve y destacar en verde lo que nos eleva. La vida es un ejercicio constante de resiliencia, una obra inacabada en la que, día tras día, aprendemos a transformar nuestras cicatrices en historias de superación, en relatos que, como los mejores cuentos, nos enseñan a ser más fuertes, más sabios, más humanos.

Mientras las hojas de nuestra libreta se llenan de palabras, de sueños y de recuerdos, seguimos adelante, escribiendo con la tinta de la esperanza, conscientes de que cada trazo, por pequeño que sea, tiene el poder de cambiar el curso de nuestra historia. Porque la vida, en su infinita complejidad, nos da siempre una segunda oportunidad para reescribir nuestro destino.