No 92 "Más Allá de la Vida"

"Lo Que Dejamos Atrás" 

En los momentos tranquilos de la vida, cuando el bullicio del día a día se aquieta y el eco de nuestras acciones resuena en la soledad del pensamiento, es cuando la reflexión sobre nuestra existencia se vuelve inevitable. En esos instantes, uno se da cuenta de que la vida, con todas sus apariencias y posesiones, es una efímera ilusión. Lo que hoy parece indispensable, mañana será irrelevante; lo que hoy tiene valor, mañana se desvanecerá como el humo al viento.

Cuando llegue el día en que nuestro cuerpo ya no responda, no habrá tiempo para lamentos ni arrepentimientos. Nuestros seres queridos, con el amor que siempre nos brindaron, se encargarán de realizar los últimos ritos, aquellos que marcan el fin de nuestra presencia física en este mundo. Nos quitarán la ropa que alguna vez consideramos importante, nos lavarán con respeto y nos vestirán por última vez. Nos sacarán de la casa que tanto tiempo habitamos y nos llevarán a una nueva morada, una dirección definitiva que no conocemos pero que todos, inevitablemente, alcanzaremos.

En ese momento, muchos se reunirán para despedirse. Algunas personas pospondrán compromisos, tal vez con lágrimas en los ojos, para estar presentes en nuestro funeral. Habrá palabras de consuelo, recuerdos compartidos y, quizás, alguna risa nostálgica que nos recuerde que la vida no es solo tristeza. Pero, tras esas horas de duelo, la vida de los demás continuará, inmutable y sin pausa. Las pertenencias que tanto atesoramos serán repartidas, vendidas o, en algunos casos, olvidadas. Nuestras llaves, esas que nos abrían puertas, serán inútiles; nuestras herramientas, que alguna vez construyeron y repararon, pasarán a otras manos.

Los animales que alguna vez nos acompañaron, acostumbrados a nuestra voz y caricias, encontrarán consuelo en un nuevo dueño. Las fotos que documentaron nuestra vida quizás permanezcan un tiempo colgadas en las paredes o descansando en algún mueble, pero con el tiempo serán guardadas, junto con nuestros recuerdos, en el fondo de un cajón. Aquellos que compartieron nuestras risas y nuestros días de gloria seguirán adelante, y aunque el dolor profundo de nuestra ausencia pueda durar semanas, meses o incluso años, eventualmente se desvanecerá, y solo quedaremos como un eco en la memoria.

Los días seguirán su curso, y el mundo no se detendrá para llorar por nosotros. La economía continuará su ritmo implacable, nuestro puesto en el trabajo será ocupado por alguien más, y nuestras opiniones, esas que creíamos tan valiosas, serán rápidamente sustituidas por otras. Seremos recordados, sí, pero también juzgados y criticados por nuestras acciones, por las decisiones que tomamos y por las que evitamos. Algunos nos recordarán con cariño, otros con indiferencia, y algunos más nos olvidarán por completo.

Así es como termina nuestra historia en este mundo. Pero mientras nuestro capítulo en la tierra se cierra, uno nuevo se abre en la eternidad, en una realidad más allá de lo tangible, donde las posesiones materiales no tienen valor alguno. Allí, ni el apellido ni la profesión importan; no hay trofeos, diplomas ni cuentas bancarias que puedan seguirnos. Lo único que permanecerá será nuestro espíritu, enriquecido o empobrecido por las decisiones que tomamos mientras estuvimos aquí.

La verdadera riqueza, entonces, no se mide en bienes o logros, sino en la cantidad de amor que fuimos capaces de dar, en la paz que cultivamos en nuestras relaciones, en la bondad con la que tratamos a los demás. Cada acto de generosidad, cada gesto de compasión, es un ladrillo que construye nuestra fortuna espiritual, la única que podemos llevar con nosotros al cruzar el umbral hacia lo desconocido.

Por eso, mientras estemos aquí, vivamos con plenitud. No nos aferremos a lo efímero, sino a lo eterno. Amemos sin reservas, riamos sin miedo, y busquemos la paz en cada momento, sabiendo que al final, como dijo Francisco de Asís, no nos llevaremos lo que tenemos, sino lo que dimos. Y al partir, que nuestro espíritu sea ligero, lleno del amor que compartimos y de la paz que sembramos en el corazón de quienes tocamos.


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