No 90 "Ecos de Gratitud"

 Vivencias de un Corazón Sereno

En este tramo sereno de mi existencia, donde el ruido del mundo se apaga y solo queda lo esencial, donde las ambiciones se han desvanecido como el rocío al amanecer. No anhelo grandes riquezas ni conquistas; mi corazón se conforma con la ternura de un amor sincero y la gloriosa compañía de mis amigos. Anhelo unas cuantas sonrisas que iluminen mis días y palabras de cariño que me arrullen antes de dormir.

El recuerdo dulce de aquellos que ya no están me acompaña como un susurro en el viento, recordándome la belleza efímera de la vida. Al otro lado de los cristales, deseo ver un par de árboles que se mecen con la brisa y un pedazo de cielo donde la luz y la noche se encuentren en un abrazo eterno. Busco el mejor verso del mundo y la melodía más hermosa, esas que resuenan en el alma y la elevan.

Por lo demás, podría vivir de papas cocidas y dormir en el suelo, siempre que mi conciencia esté tranquila. La libertad y el espíritu crítico son tesoros que guardo con celo, dispuesto a pagar el precio que sea necesario por mantenerlos. Quiero toda la serenidad para sobrellevar el dolor y toda la alegría para disfrutar de lo bueno. Un instante de belleza a diario es mi aspiración, un recordatorio de que la vida, en su simplicidad, es un regalo.

Echaré desesperadamente de menos a los que tengan que irse, porque tuve la fortuna de tenerlos a mi lado. Nunca estaré de vuelta de nada; seguiré llorando cuando algo lo merezca, pero no me quejaré de tonterías. No permitiré que la amargura se asiente en mi corazón, pase lo que pase. Y cuando llegue el día de mi partida, espero que un puñado de personas sientan que valió la pena que yo anduviera un rato por aquí.

Solo quiero eso. Casi nada o todo. En la simplicidad de estos deseos, encuentro la plenitud de mi ser.
Cada día, al abrir los ojos, busco la belleza en lo cotidiano: el canto de un pájaro al amanecer, el aroma del café recién hecho, el murmullo del viento entre las hojas. Son estos pequeños milagros los que me llenan de gratitud y me recuerdan que la vida, en su esencia, es un mosaico de momentos fugaces que debemos atesorar.

Camino por senderos conocidos, pero con la mirada siempre dispuesta a descubrir lo nuevo, lo inesperado. Me detengo a contemplar el juego de luces y sombras que pinta el sol en las paredes, y sonrío al ver a los niños jugar, recordando la inocencia de mis propios días de infancia. En cada risa compartida, en cada abrazo sincero, encuentro la razón de mi existencia.

Mantengo mi espíritu abierto, dispuesto a aprender y a crecer, sin dejar que el peso de los años apague la chispa de la curiosidad. La vida me ha enseñado que el verdadero valor reside en la capacidad de amar sin reservas, de perdonar con el corazón ligero, y de seguir adelante con la frente en alto, incluso cuando el camino se torna difícil.

Así, en este momento de mi vida, abrazo la serenidad que me ofrece el presente, sin aferrarme al pasado ni temer al futuro. Vivo con la certeza de que cada día es una nueva oportunidad para ser mejor, para dar lo mejor de mí a quienes me rodean, y para dejar una huella de amor y bondad en el mundo.

Y cuando finalmente llegue el momento de despedirme, lo haré con la paz de haber vivido plenamente, con la satisfacción de haber amado intensamente, y con la esperanza de que mi paso por esta tierra haya dejado un rastro de luz en los corazones de aquellos que tuvieron la fortuna de cruzarse en mi camino. Solo quiero eso. Casi nada o todo. En la sencillez de estos anhelos, encuentro mi razón de ser.



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