No 85 "Fragmentos de Eternidad"

 "Murmullos en la Marea del Tiempo" El río del tiempo fluye incesante, sus aguas murmuran secretos que solo el corazón atento puede descifrar. Me sumerjo en su corriente, dejando que sus ondas acaricien la piel como versos de un poema nunca escrito. Cada gota es un instante, precioso y efímero, que se escurre entre mis dedos antes de poder atraparlo.

¡Oh, qué embriaguez produce este baile eterno entre el ayer y el mañana! Mis pensamientos se arremolinan, creando torbellinos de recuerdos y anhelos. La pluma inquieta  en mi mano, ansiosa por plasmar en el papel la sinfonía del devenir.

Hubo un tiempo en que abría de par en par las puertas de mi ser, ingenuo ante la vastedad del mundo. Mas ahora, curtido por los vientos del destino, he aprendido a resguardar los tesoros de mi alma. La mesa de mi vida, otrora atestada de comensales, ahora acoge solo a aquellos que han probado su valía.

El reloj marca su compás implacable, cada tic-tac un recordatorio de nuestra fugaz existencia. Sin embargo, ¿no es acaso en esa misma fugacidad donde reside la magia? Como granos de arena en un reloj, nos deslizamos hacia lo inevitable, pero es en ese trayecto donde tejemos el tapiz de nuestros días.

La vida, maestra severa pero justa, nos susurra al oído: "No cuentes las horas, haz que las horas cuenten". Y el tiempo, su fiel compañero, nos enseña con paciente sabiduría a saborear cada instante como si fuera el último sorbo de un elixir precioso.

Entre el crepúsculo de los recuerdos y el alba de los sueños, danzo en el filo del presente. Cada paso es una nota en la melodía de mi existencia, cada tropiezo un verso en el poema de mi devenir. ¿Acaso no somos todos autores de nuestra propia odisea?

Y mientras el río sigue su curso inexorable, me pregunto: ¿Qué capítulos aún aguardan ser escritos en el libro de nuestras vidas? ¿Qué giros inesperados nos depara el guión del destino? Solo el tiempo, ese eterno narrador, conoce el desenlace de nuestra historia.

Así pues, me abandono al fluir de la corriente, consciente de que cada instante es una gema única e irrepetible. Pues quizás, al final del viaje, descubramos que el verdadero tesoro no estaba en el destino, sino en el camino recorrido.