No 94 "Las Semillas al Viento"

 

Fue en aquellos días, cuando nuestra madre comenzó a quedarse sola, como un robusto árbol que, tras perder sus hojas, se enfrenta a la desnudez del invierno. Sus hijos, que alguna vez fueron sus ramas más queridas, se esparcieron como semillas llevadas por un viento caprichoso que los dispersó hacia destinos desconocidos.

Ellos siempre se van, como se van las estaciones, sin dar aviso ni pedir permiso. Y tú, madre, permaneces en la casa grande, recogiendo con manos temblorosas los cubiertos y el mantel que tantas veces cobijó nuestras alegrías. Cada día te rebelas, impotente, ante el caos que dejaron tras de sí, esos niños que un día se irán a conquistar otros mundos, cuando su niñez, como la espuma del mar, se haya desvanecido.

Los recuerdas corriendo por los pasillos de la vieja casa, como pequeños ciclones que arrasan con todo a su paso, rompiendo cristales con sus balones, inventando aventuras de piratas en el salón, llenando el portal con el bullicio de sus gritos, y lanzando cometas de papel al viento, que parecían querer volar hasta tocar las estrellas. Todos se van, siempre se van, y tú te quedas, madre, con la mirada fija en el cristal del comedor, como si quisieras detener el tiempo y atrapar la niñez que se te escapa entre los dedos.

Y entonces, cuando la casa queda en silencio y la sombra de la soledad se sienta a tu lado, junto al fuego del hogar, cierras los ojos y los ves de nuevo. Los niños, esos traviesos fantasmas que una vez corrieron por tus venas, no volverán a ser aquellos piratas de salón, ni llenarán de risas el portal, ni lanzarán cometas que desafíen al viento. Se irán, cambiarán de casa, de mantel, aprenderán el arte de volar, y tú, madre, te quedarás con los recuerdos enredados en tu corazón como la hiedra que crece implacable sobre los muros antiguos.

Quizás te visiten en Navidad, si la vida les concede una tregua. Pero bien sabes, madre, que ellos se irán, como se van los sueños al despertar, y tú te quedarás, como siempre, abrigando sus memorias, mientras el viento sigue soplando, llevándose tus semillas hacia el horizonte, donde el cielo se encuentra con el mar.


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