No 68 “Tesoros escondidos: Buscando la belleza en los rincones más inesperados”
En nuestro andar por la vida, donde hilos de gozo y tristeza se entrelazan, yace una sinfonía de momentos, una melodía divina que nos abraza. —La belleza,— cual rayo de sol radiante, atraviesa el velo gris, transformando instantes comunes en un caleidoscopio de colores vivos y exquisitos.
No está en los grandes gestos, los triunfos que en los titulares se ven, sino en los susurros suaves de la naturaleza, en las historias que aún no tienen fin. En la caricia gentil de la brisa, el crujir de las hojas otoñales, en la risa de los niños jugando, la promesa en que la vida confía.
La belleza de la vida, cual gema escondida, dispersa se encuentra alrededor, en la danza delicada de una mariposa, sus alas con coronas de color. En la bóveda nocturna tachonada de estrellas, una obra maestra celestial, en los primeros rayos del alba que pintan el cielo, una obra de arte acuarelada y jovial.
En los momentos simples, a menudo pasados por alto, es donde la belleza reside en verdad, en el calor del abrazo de un ser querido, donde el afecto reina con libertad. En la risa compartida con amigos, el vínculo que libera los corazones, en la gentileza del toque de un extraño, un faro de empatía que ilumina las emociones.
Para encontrar la belleza en la vida, hay que abrir bien los ojos, abrazar el momento presente, soltar la marea del pasado que ya no goza. Porque es en este instante, en este aliento, en el ritmo constante del latido, que la belleza se despliega, un tesoro por descubrir, un regalo por abrazar con cariño.
Como el lienzo de un pintor, la vida espera nuestro toque, nuestros trazos de percepción, para capturar la esencia, la vibrante emoción. Con cada respiración que tomamos, con cada momento que contemplamos, pintamos nuestra propia obra maestra, una historia por contar y ser admirada por generaciones.
Entonces busquemos la belleza, no en tierras lejanas o en la fama efímera, sino en los momentos cotidianos, aquellos que llevan nuestro nombre como una bandera. Porque la belleza no es un destino, sino un viaje interior, una sinfonía de instantes, una melodía que jamás cesa y que siempre se celebra.
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